Alejandro Sánchez, papá primerizo y terapeuta, nos envió este escrito sobre su experiencia y sobre cómo está viviendo la paternidad. Cuando nos convertimos en papá o mamá nos vemos con la necesidad de realizar ciertos reajustes en nuestra vida, reajustes tanto emocionales cómo en tareas rutinarias.

Creo que Álex describe a la perfección el conflicto con el que nos enfrentamos a esos reajustes al principio, resistiéndonos y luchando un poco en los inicios y también nos cuenta, desde un punto de vista diferente y muy sensato, el papel del papá, que, en muchas ocasiones, resulta difícil para éste encontrar su nuevo yo, y saber cuándo y de qué manera poder ejercer su nueva identidad.

Bajo mi opinión, un relato que no deja indiferente y que creo que puede aportar mucho a muchos papás (y mamás también), una forma de acercar las emociones del otro y de esa forma llegar a empatizar más en un momento de la vida muy bonito pero, para que nos vamos a engañar, muy cansado, lo que hace que seamos menos comprensivos con nuestras parejas.

Cogeros una taza de té, una mantita y dedicaros un momento de relax para poder disfrutar de esta lectura:

FILOSOFANDO CON UNA MIRADA GESTALTICA.

Hace un rato me sorprendía yo rumiando un poco (práctica habitual en mi) sobre temas de importancia acerca de la paternidad y la maternidad. Que pensaba sobre ello vamos. Me llegaron, hace unos días, testimonios de madres que no se sienten reconocidas como tales por sus respectivos maridos, a la par que padres, en este caso. No se sienten reconocidas como madres con las tareas que ello conlleva, bien al principio de la llegada al mundo de un bebe. Esto ocurre, frecuentemente, por demandas no expresadas de modo explícito por parte del padre para que la madre “le vea” o “le tenga en cuenta”. Algo que la madre vivencia como “mírame a mí y no tanto a nuestro hijo/a que estas todo el día con él/ella”.
Inconscientemente revoloteaba en mi esto (pues tengo vínculo profundo con estas madres, además de un tendencia innata, una inercia, a irme a “lo del otro” dejando de lado “lo mío”), dado que yo, que he sido padre hace dos meses, vi a mi hijo tomando la teta de la madre, que a la par es mi mujer. Estaba mamando, y de repente me proyecte en mi hijo. Pensé: “joder, que yo también he estado así cuando era bebe”, -hablo como hijo bebe: “que mi mama también me tuvo en brazos con cariño, intentando nutrirme, con la mas buena de las intenciones”.

Es conocido por todo aquel que no ande muy dormido, esto es, todo aquel que tenga un mínimo de conciencia, que la teta no solo alimenta el organismo biológico, sino que alimenta el alma, nutre el corazón emocional y transmite un apego seguro. Y cogeré esta imagen, arquetípica, de la Madre dando de mamar al Hijo, como la imagen de cuidar la vida, y la imagen que, podemos estar de acuerdo (y si no la que a mi me sirve), para representar la función de la madre (metafóricamente) cuando el bebe tiene sus primeros años de vida, nutriendo de un modo más biológico-afectivo al principio, pero donde la madre está alimentando y cuidando con todas las tareas orientadas al cuidado del bebe, cotidianas, desde hacer la compra, bañarle, darle de comer, acompañarle en el tránsito al sueño, recibiéndole cuando despierta, además de limpiar mantener un espacio adecuado alrededor de su peque, estimular su crecimiento y un largo etcétera, infinito, desde luego, con manifestaciones de amor Mediante; en el que no está de más, dicho sea, que, si no le sale de modo innato, la madre se proponga la tarea de darle identidad al padre como una de sus funciones.

Es decir incluir al padre, algo que a veces no se contempla. Este será un tema para otro escrito. También para otro escrito dejo a los padres que se alejan solitos, que “haberlos haylos”. En definitiva, hablamos de que en la madre confluyen distintos roles, roles que siempre ha tenido la mujer, como pareja, compañera, amiga, amante y un largo etcetera, que lleva un tiempo integrar, dado que la integración consiste en incluir la nueva faceta en el mundo: Ahora soy madre. Esto no es solo un rol, es algo más amplio y grande. Eso conlleva una focalización bastante elevada de nuestra conciencia y atención al niño/a. Y el padre vive esto, en ocasiones, como alguien en quien repercute. Antes ella me miraba a mí, ahora al niño. Pero esto es un sentimiento velado, dado que uno no se permite expresarlo por culpa, fundamentalmente. Es una de las principales resistencias a hacerse cargo de la paternidad.
Ser padre implica una cierta renuncia al ego. Nos da en toda la herida narcisista de “yo no soy el único o el primero”, y esto cuesta digerirlo. Cuesta digerirlo cuando se consigue ver, pero esto es otro asunto que implica más cosas que aquí no quiero describir.

Lo importante aquí es a “dónde” llegué cuando me pregunté: ¿ y que puede llevar a un padre a no reconocer a la madre?, ¿Cómo es posible que un padre se quede en la falta, en la carencia, y no valore el esfuerzo de una madre en la crianza de un hijo?. Y yo, por mi propio proceso personal, llegué, o mejor dicho, me llegaron dos respuestas, o dos cosas unidas, inseparables. Que pueden darnos la clave de donde se encuentra el meollo de la cuestión.

Sostengo aquí que 1º) la dificultad de valorar a la madre que hay en la pareja de uno es una consecuencia; y la solución está en hacernos cargo de nuestro dolor. Me explico:

¿ Consecuencia de qué?, se preguntaran algunos.

La triada por antonomasia es la triada PADRE-MADRE-HIJO. Este es el sistema principal en el que todos nos movemos. Cuando una parte de la triada no reconoce a otra, el sistema se resiente. Todo el sistema. Siempre. Entonces pensé que la respuesta a la pregunta es la posibilidad de que uno, como hijo, no pueda reconocer a su propia madre. Más claro: si no puede reconocer (no pude) a mi propia madre, difícilmente puede reconocer a la madre que es mi esposa, compañera, o novia, o chica, como se estila ahora. O bien al contrario: si uno no puede reconocer a “su contraria” como madre, ¿pudiera operar ahí alguna gestalt no resuelta con su propia madre, que este impidiendo (actualizando) el conflicto ahora?. Lo que digo es que el resentimiento con mi madre puede estar influyendo (y generando) un conflicto con mi pareja. No es mi yo adulto, sino mi niño herido, el que está presente ahí, y no lo sabemos. Ese es el problema. Y el hecho de que se actualice esta sensación cuando uno es, se hace, padre/madre, no es casual, sino todo lo contrario, se actualiza para que lo resuelvas. Se pone delante para que puedes verlo. ¿Y por qué no lo veo?. Pues porque andamos ciegos. La resistencia a vernos, a enfocar nuestro mundo interior, es grande. Es un punto ciego para el padre el no ver esta dificultad “como reconocedor que se es”, como es un punto ciego para la madre, por más razón que pueda tener, de que ahí hay una huella de reconocimiento más antigua. Es posible que los dos estén jugando a lo mismo, y actualizando una misma huella que todos tenemos. Todos. La herida del reconocimiento de los padres. Y como ahora somos nosotros los padres, se produce un conflicto interno. La polaridad es entre el padre o madre real que soy, y los padres internos. Sería algo así como el ideal mío como padre o madre, que suele coincidir con la parte que tengo en mi interior de mi padre y mi madre. El rol nos confunde. No perdamos esto de vista.

Entonces soy ciego, decía, a verme como un padre que no reconoce a la madre. ¡Pero si de hecho reconozco a la madre, si yo no digo que no haga cosas!, ¡si yo no digo que no suponga esfuerzo criar a un hijo!, si yo lo único que digo es que trabajo tropecientas horas y cuando llego a casa quisiera (única y exclusivamente, eso si, bajo cuerda, y digo bajo cuerda porque no es lo único que quiero. Si algo no está como yo creo, y eso me enfada, es posible que hubiera una exigencia proyectada fuera) descansar. Y claro, como no somos tontos ¿verdad?, pues si somos tres, y yo trabajo, y el niño aun no sabe fregar o cocinar o no sabe hacer cualquiera que fuera lo que corresponda hacer y que no me apetece… pues joder!, solo queda una opción, un “culpable”, de que este o aquello no este hecho. Cuidado que no me estoy asociando con la madre, o no lo pretendo al menos. Dios sabe, solo dios sabe, si me estaré asociando o no. Lo aclaro, es legitimo que el padre se sienta cansado, enrabietado y angustiado. En su actualización, el no ver según qué cosas hechas lo vive también como una falta de reconocimiento a su labor, un no ver que el necesita descanso. Hablaré de un ejemplo mío, para ver si se entiende. Yo salgo del curro a las dos y media. Llego a casa a las tres y media y veo que tengo que cocinar. Mi compañera dando de mamar a Darío. Y pienso, ¿Qué lleva, toda la mañana?. Imagino que no, a lo mejor podía haber hecho algo rápido..bla bla bla. Empiezo a hacer juicios y valoraciones sobre lo que ella ha hecho o no (todo sin hablarlo con ella claro. Hablo de discurso interno, yo conmigo. Y de paso dejo al otro en la impotencia, porque me pasa algo con el/ella y no se lo digo). Pero si paro, ¿qué me pasa?, aahh…es que si ella no lo ha hecho, tendré que hacerlo yo. Y no me apetece, estoy cansado. Estoy agotado, necesito descansar. Ah, entonces estoy cansado, y ahora mismo necesitaría descansar. No es lo mismo llegar y decir (o hacerle saber al otro sin decir, con el cuerpo, la expresión, etc) que me jode que no haya comida, a decir, “joder, me doy cuenta de que estoy cansado y no me apetece hacer la comida. Necesito descansar. ¿Cómo puedo solucionar esto?” Aquí uno se hace cargo de lo suyo, y no carga al otro con algo que no es suyo. Seguramente la pareja pueda escuchar mi cansancio mejor que mi crítica. Estoy limpiando el terreno. Lo que ocurre es que “Nos movemos a nivel del ego”. El ego está presente desde el “yo tengo la razón y tu deberías…hacer las cosas para que yo descanse, evitarme trabajo, reconocerme como madre…etc”. Esto es yo, yo y yo.

La diferencia pues…
…¿Porque escribo esto entonces?, si los dos juegan a lo mismo. Porque creo que, objetivamente, la madre, en los dos primeros años de vida del bebe, tiene mayor relevancia en la crianza, y en la formación del apego y el vinculo seguro. No olvidemos que la madre y el bebe han estado 9 meses, de ordinario, juntos, de modo simbiótico. Dos años aproximadamente nos da un tiempo relativamente propicio para elaborar el duelo de la separación, que lo hay. La madre, como dice Juan Jose Albert, da el ser. El padre facilita la expresión del ser. La madre forma la identidad. La función del padre como tal vendrá más adelante, cuando el niño quiera salir al mundo. Por eso es importante acompañar en los primeros años a la madre, al bebe, y dar protección al vinculo entre ellos. No solo es cuidar a la madre. No solo es cuidar al hijo. Es facilitar que el vinculo entre ellos sea lo más limpio posible. Pues esa es la manera de vincularse el padre al principio.

Reconocer a la madre como tal es función del padre, y no debe ser un deber, sino algo innato. Es saber que haciendo eso, entre otras cosas claro, uno está siendo padre. Parece que uno solo es padre si juega con su hijo/a, si le cambia el pañal o si da biberón. Al principio ser padre tiene más que ver con otra cosa, no tanto con esto, que también; y se da por hecho claro. La realidad es que a veces ensuciamos, más que ninguna otra cosa. Esto implica estar disponible y abierto emocionalmente a la madre y al hijo, y esta abierto a la escucha de la emoción de la madre, de cómo está vivenciando su proceso. Disponible no es exigente, no es obligar a la madre a que le cuente, es intentar estar con ella cuando ella necesite, obviamente, sin olvidarse de uno. Esto que digo tiene mucho calado. No es algo que se comprenda solo intelectualmente. Es un vivencia. Una experiencia.

Vuelvo al principio que me voy. Decía antes que estamos, como padres, ciegos a la labor de la madre, y ciegos a nuestra dificultad de ver que somos austeros a la hora de reconocer y validar a la madre en la crianza. Y esa ceguera tampoco es casual. Somos ciegos porque si nos paramos a mirar, sabemos, intuimos, que veremos la realidad, y ahí está la caja de pandora. Que estamos dolidos como los niños que fuimos. Que hay resentimiento. Habrá quien al leer esto piense que no le ocurre. Que sus padres fueron los mejores y lo hicieron todo bien, con la trampa, mediante, que todos nos ponemos, o nos hemos puestos: hicieron lo que pudieron. Hicieron lo que sabían. Y es verdad. Eso no está en cuestión. Lo cuestionable es mi creencia de que solo me puedo sentir dolido si alguien ha tenido intención de hacerme daño. A veces hacemos daño sin querer, es una realidad que vale más que asumamos pronto o tarde. En gestalt se habla de introyeccion. Es un mecanismo, entre otros, de defensa. Eso quiere decir que es un mecanismo que opera para evitar que seamos quien realmente somos. Nos defendemos de conectar con nosotros mismos. Es el conjunto de aprendizajes, no conscientes, de normas, mandatos, introyectos que les llamamos, que vienen de fuera, de la familia, del contexto social, e imbuidos de la cultura en la que vivimos. Pero fundamentalmente vienen de nuestros padres, que a su vez introyectaron sus mensajes de sus padres, y así nos remontamos en la cadena años atrás. Los mandatos o mensajes nos los hemos tragado, sin digerir.

Es como si le das a un bebe lactante carne, sin importar si tiene hambre o no, si la puede digerir o no, si necesita o no comer, y le obligas a tragar todo. El niño no digiere bien, y se queda con la sensación de tener en su interior más de lo que quiere, más de lo que necesita. Como con un cuerpo extraño dentro, que no es suyo. Que no eligió introducir. De algún modo es una invasión. Y es difícil identificar los introyectos, porque pasaron a ser parte nuestra, hasta el punto de olvidarnos que aquello no éramos nosotros, era el miedo de mama, la ira de papa, o su exigencia. O angustia. Lo que sea.

Entonces uno crece con el mensaje implícito de que tiene que tragar todo, que para que le quieran uno no debe rebatir, que si no consigue lo que se proponga no vale nada, o que si no es bueno nadie le va a querer, o con el mensaje de que para ser querida tienes que ser maltratada, etc, y repetimos estos patrones de adultos. Uno tiene el deber de conocerse para saber cuáles fueron los aprendizajes “añadidos” que había en las enseñanzas y educación que le dieron sus padres. No están a la vista. Me viene una metáfora cojonuda.

El ejemplo es fácil de comprender, me instalo un programa en el ordenador que lleva un virus y yo no lo sé. Si no tengo un antivirus que lo identifique, me trago el virus, se queda en mi ordenador y empezara a joderlo. Lo primero es aprender a identificar cuando la maquina empieza a dar errores (algo me irrita, algo no va bien), hasta llegar un momento donde digo, vaya, a lo mejor se me ha metido un virus (el introyecto). Uno sospecha que algo hay. Y me instalo un antivirus, para ver qué era lo que me andaba picando. En nosotros el antivirus es abrir los ojos, escuchar las sensaciones. Y ver que puede haber que este jodiendo el computador. Cuando sepa ver el error, ya lo discriminaré, será un troyano, un noseque ni nosecuantos. Pero poco a poco. De base somos una maquina sin antivirus, y con un montón de programas, muchos de los cuales siguen en el ordenador cuando ya no valen, y no los utilizamos. Pues eliminemoslos coi!!.

Podríamos decir que los introyectos son nuestros padres dentro de nosotros. Es la parte de nuestros padres que hemos ingerido y que a veces nos jode la vida. Es la parte jodida de nuestros padres que llevamos en nuestro interior y con la que estamos identificados al punto de pensar que somos nosotros. Al punto de no cuestionarlo, porque se produce una represión. Me trago a mis padres, hago mías esas cualidades negativas, y luego olvido que las trague de mis padres.

El olvido es necesario para poder sobrevivir de niños. Necesario e inevitable. Entonces volviendo al hilo: no te reconozco como madre, porque implicaría reconocer a todas las madres, y eso incluye a la mía. Y yo a la mía no puedo reconocerla porque estoy resentido, porque esa rabia, cuestionamiento, idealización, lo que sea, me indica que estoy empachado. Pero no puedo cuestionarla porque eso supone cuestionar a mi madre interna. A la parte de mi que es como mi madre y que no puedo ver, que es el no haber sido visto o reconocido en este caso. Luego no te puedo reconocer, porque eso implica hacer consciente que yo no me reconozco, y eso genera dolor. Y el padre está actualizando algo de esto por el hecho mismo de ser padre cuando se da esta dinámica. Esto produce una retirada del padre a veces. Es defensivo y visto en estos términos, entendible. Es algo así como que una parte tuya dolida, por tu biografía, no quiere entrar en algo que intuye doloroso, precisamente para evitar dolor.

Y como la madre también está actualizando su herida, necesita más comprensión y acompañamiento. Está más sensible al abandono. Es por ello que poner un poco de luz sobre este tema me alivia, luz para mi, que no para otros. Es saber que puede haber un nivel de comunicación distinto, donde cada uno pueda comprenderse y comprender al otro. Respetarse, compartiendo. Y a veces, decir, “a mi esto me duele”, me hace más presente que si me lo callo, aun cuando acarrea un poco de exposición. Uno muestra algo vulnerable de uno mismo. Cuando me muestro vulnerable salgo de mi zona de confort. Pero en esta vulnerabilidad hay algo de luz y compresión. El Qué necesita una madre que se esconde tras un “tu no me comprendes y me exiges”, es tema de otra reflexión. También lo hay.

Me dejo cosas en el tintero porque cuando escribo me vienen muchas cosas que es difícil relacionar e incluir. Trabajo de concreción, para el próximo escrito.

Alejandro Sánchez – Papá primerizo y Terapeuta

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